Un principio sin fin
Intentaba entrar en razón el otro día a una persona que afirmaba, que según él, todo tiene un principio y un final. Bueno, lo cierto es, que humildemente pienso que nadie tiene una verdad absoluta de algo. La humanidad se rige con creencias, sustentamos nuestros cimientos en valores, en decisiones, y avanzamos en peldaños firmes que forman parte de esa escalera que moldea la personalidad. Supongo que antes del descubrimiento de América nuestros vecinos los indígenas creían en la inmensidad del mar, creían en ese comienzo palpable del agua pero que no tenían muy claro donde acababa. Supongo que fuera de lo tangente, de lo material, de lo humano, o de lo vital todo tiene un principio, pero me niego a creer que absolutamente todo tiene un final. Ejemplos miles…O es que acaso en miles de generaciones se nos ha acabado la música, la literatura, la poesía, el arte, la ciencia…. Pero sin irnos ni siquiera a dichos ejemplos, ajustándonos a la propia persona, ciñéndose al propio ser, no termino de creer que haya personas que tengan fin en compartir, en dar, o en amar. Sé que hay gente con una sed infinita de dar, de regalar sonrisas, de dar amistad, de dar un apoyo, un consejo, de dar aliento, de dar ánimo, de dar lo que sea, a cambio de nada. Aunque verdaderamente, creo que lo bueno de esto, es que proporcionalmente, uno se llena más cuanto más da. Y también sé, que hay mucha gente que tiene el inconmensurable don de compartir, de compartir aquello que nos hace bien, aquello que nos llena, aquello que nos hace ver en otro rostro el espejo del nuestro. Pero lo cierto y verdad es que diariamente nos tropezamos con gente así, con amistades que hemos recorrido ya mucho camino o gente que vamos conociendo…Si hay gente que nos da, comparte con nosotros y nos sentimos apreciados por ellos, para mí eso es fiel reflejo de una inconmensurable gratitud, de un insaciable sentimiento de alegría, y de un claro ejemplo de que en este mundo no todo tiene un final.